Pecados Capitales III. Una visión renovadora
La Pereza. Por Valentín
Cuando a uno le dicen pereza, generalmente piensa en el desgano para obrar en el trabajo, para responder a los deberes —materiales y espirituales—, para levantarse por la mañana. Es algo muy común tener ese tipo de sentimientos.
Las opciones son varias si tú quieres poner una solución a este problema, si es que lo tienes y lo consideras un problema (porque bien puede no importarte).
Si crees en Dios, échale la culpa por haberte dado una vida tan tediosa. Es lo que le pasa a muchos. Siempre se recomienda para contrarrestar la pereza, dentro del ámbito religioso, el ser diligente. Diligencia, diligencia, diligencia. Hazlo si tu corazón te lo indica, pero no dejes de hacerle saber a tu dios que te encuentras inmerso en un tedio total. Si crees en el estas en todo tu derecho de hacerlo culpable.
El problema es cuando no se cree en Dios, ahí el problema es más grave. En casos como estos, hay que recordar siempre que uno responde ante sí mismo. Ya que tu vida es tuya y de nadie más, no puedes permitir, jamás, que esta sea aburrida. Actividad, rapidez, prontitud, presteza, vivacidad… Aspira siempre a lograr esos estados.
Si ya nada de esto te ayuda, pues entonces debes empezar a pensar que tu aburrimiento es intrínseco. Si ese es tu problema, ¡ni yo puedo solucionarlo!
La avaricia. Por Filomena Asís
Surge de un grave vacío emocional, son los solitarios y repudiados los que generalmente desarrollan este mal. Consiste en acumular bienes por el simple hecho de saber que ellos tienen algo que tú no tienes.
Tú podrás tener amor, pues yo tengo plata. Si escuchas una frase como esa, es que te encuentras frente a un avaro.
Estos individuos pueden llegar a atesorar efectivo su vida entera sin el afán de gastar ni un solo penique. En una reunión social, el avaro será el peor vestido y hará evidente su condición de mezquino a la hora de pedir cosas, por ejemplo, cigarrillos. Ellos jamás tienen ni un mísero tabaco. Se esconden bajo el pretexto de que ellos sólo fuman en reuniones, por lo que no vale la pena comprar los propios. Pero si miras bien, tendrán una cajita en donde guardan los cigarrillos que le han estado dando: los fumarán el resto de la semana. Se aprovechan de su miseria y pobreza aparentes para conseguir lo que desean, pueden hasta no comer si ellos tienen que pagarlo.
Estos ruines seres están por doquier, y a pesar de ser un producto social, socialmente hablando son unos buenos para nada. Son el cáncer del capitalismo. En lugar de poner tu dinero en movimiento (depositando en un banco, invirtiendo) lo esconden debajo del colchón, para jamás ser tocado —excepto las veces que lo cuentan y recuentan, moneda por moneda—.
El placer está en saber que lo podrían tener todo si ellos quisieran. Pero el dolor de gastar su dinero es demasiado grande.
Normalmente, de niños, tuvieron pocas comodidades y tenían que acumular durante meses para comprar algo, cualquier cosa que desearan. Pero a la hora de hacerlo, cuando por fin habían juntado el dinero suficiente, se echaban atrás. Sufrieron demasiado para acumular su metálico como desperdigarlo ahora. Es en ese momento, cuando el dinero en sí pasa a ser un objetivo —olvidando o haciendo a un lado su verdadera utilidad— que nace el avaro. Un proceso en muchos casos irremediable.
Entre otros defectos derivados, puedo decir, por experiencia propia, que los avaros son malos padres y pésimos en la cama.
La gula. Por Padre Prudencio
Antes que nada planteo una pregunta. ¿Por qué demonios le habrán puesto el nombre gula a la gula? Y me respondo: porque suena feo. Suena como algo que se debe evitar. Suena a gordo, a gordo baboso, a gordo rechoncho y con la pechera sucia. Yo prefiero llamarla apetito, lo cual suena mucho más delicado y, ciertamente, mucho más apetitoso que la grosera gula.
La gula es mala sólo si genera obesidad. Y lo digo por experiencia, ya que el placer que a diario siento por la comida y la bebida me ha llevado a donde estoy actualmente. 130 kilogramos de peso. Ustedes dirán que la gordura no sienta mal en un sacerdote, o que incluso es lo que cabe esperar, pero ni se imaginan todas las complicaciones físicas que trae, me quedo sin aire con facilidad, tengo colesterol elevado, presión alta, tengo que atravesar las puertas de costado, etc.
La pesadilla en sí, no es la gula propiamente dicha, sino las consecuencias. ¡Benditos aquellos cuyo metabolismo los mantiene delgados como una espiga! En general alcanza con analizar como responden los familiares mayores a uno, o bien cualquier antepasado, ante la ingesta de comida.
Si usted proviene de una familia de gordos, pues no tendrá más remedio que vivir con esa carga. Los siento, para eso no hay solución. Si en cambio, su herencia genética indica que su estómago funciona como la caja de un mago, donde todo entra y desaparece sin más, pues disfrute, amigo, disfrute.
La comida y la bebida son un regalo del señor. No hay que renegar de ellas, el lo sabe muy bien y se ha encargado de demostrarlo en reiteradas ocasiones. ¿Cómo acaso se despidió Jesús de sus discípulos? ¡Con una cena! ¿En qué convertía el agua? ¡En vino! Las pruebas son demasiado consistentes como para andar por la vida sufriendo por un tema como este.
Aplique la templanza solo si la ingesta de comida puede hacer daño a su salud. En caso contrario, siéntese cómo y disfrute de todas las exquisiteces de que nos ha provisto el Señor.